Tijeretas es el nombre local con que también se denomina a los Rabihorcados ó Fragata (Fregata magnificens), un ave común en Galápagos y a una pequeña cala en la isla de San Cristóbal, a la que se llega dando un agradable paseo de apenas una hora y donde me estrené en Galápagos y en más sentidos de los que hubiera deseado.
Tuve un accidente en la rompiente que a poco me manda a terminar de estrenar ecuador desde el hospital. Afortunadamente solo quedó en un susto del que solo me traje cicatrices repartidas por el cuerpo y un escarmiento, no te fíes de la rompiente.
Os lo cuento para que os riais, con un consejo: no haced jamás lo que cuento.

Las tijeretas es una ensenada de rocas, redonda y abierta al mar y con un pequeño muelle al que con un par de escalones se accede fácilmente al agua. Hay un pequeño acantilado donde se posan y anidan las fragatas, y en toda la cala es posible bañarse con algunos pocos lobos marinos y tortugas verdes.
En el vídeo no aparecen las tortugas ya que llegaron al poco de salirnos nosotros (3 ó 4 creo que llegamos a contar desde arriba del acantilado). Sí que pudimos bañarnos con uno de los lobos marinos que se acercó a nosotros a curioseando y casi diría que presumiendo de las fabulosas habilidades que tienen bajo el agua. Hay incluso alguna imitación de foca (más o menos afortunada) que quedó registrada en el vídeo.

En el interior de la cala es posible ver multitud de pececillos y cardúmenes. Al haber poca profundidad los bancos de alevines entran buscando refugio y tras ellos llegan otros peces mayores y aves marinas como los pelícanos. A estos últimos estaba tratando de fotografiar cuando tuve el accidente.

Estuve fotografiando a dos pelícanos junto a los que pude nadar muy cerquita (ver el vídeo). Cuando se cansaron de nadar a mi lado levantaron el vuelo y se posaron en las rocas de la orilla.
Las rocas que hay en las rompientes de esta zona son rocas volcánicas, con aristas vivas, picos y filos. Cuesta andar por ellas sin calzado. La ventaja es que aún estando mojadas no resbalan casi nada.
Los pelícanos se habían posado en las rocas de primera linea, muy cerca del agua, y puesto que tanto se habían confiado a mi presencia estando en el agua decidí probar suerte y tratar de acercarme a ellos desde el agua, flotando, moviéndome lo poco que me arrastrase el mecer por las olas, tratando de sacar algún plano interesante de los pájaros vistos desde el agua.

     
  Las tijeretas  
  Las tijeretas  

Pero no, cada vez que me acercaba, el pelícano reculaba, daba dos pasos para atrás y se alejaba de la orilla. Y más que me acercaba yo. Tanto me dejé mecer y tanto me acerqué que me metí en una zona justo antes de la rompiente en la que apenas cubría dos palmos de agua. No había problema. Cuando el agua se retiraba me arrastraba apenas rozando las rocas con la barriga, y al siguiente envite me volvía a situar donde estaba, sobre las rocas y cerca de los pelícanos, entonces con la mano derecha manejaba la cámara (no es fácil hacer eso con una cámara con carcasa) y con la izquierda me dirigí algo tirando/empujando de las rocas que tenía justo debajo mía.

Eso estuvo bien un rato. El problema es que cambió algo el oleaje. En una de estas el agua se retiró y me encontré de repente tumbado boca abajo, en calzoncillos (bañador), sobre unas rocas afiladas como cuchillas y con sólo la mano izquierda libre. Pocas he entendido la expresión “estar vendido” de forma más literal y gráfica. Apenas me dio tiempo de percibir el pelígro de la situación en la que me había metido y de decir “hostias!!…“. Poco más.
En cuanto volvió la ola me revolcó como una croqueta por encima de las rocas. Estando en estas ya pensé que tenía que salir de allí o no lo contaba y mi primera intención fue dejarme arrastrar por el agua para que ella misma al retirarse me sacase igual que me había metido. Pero mira tu ahora, que ahora no. La misma agua que me había metido ahora no era suficiente para sacarme y volvía a encontrar otra vez tumbado sobre las rocas afiladas, solo que esta vez boca arriba. La salida por tierra era casi imposible porque era donde rompía el mar con más fuerza, tenía que salir por donde había entrado. Otra ola más y otro revolcón por las rocas. En esta segunda embestida si que recuerdo pasarlo mal por los golpes contra las rocas y por meterme en un remolino de espuma que me desorientó por completo hasta el punto de que trataba de salir a superficie nadando hacia abajo.

Me dí cuenta que si no espabilaba rápido podía no salir. Traté de ponerme de pie tratando de al menos no estar tan vendido como tumbado, pero no lo tenía claro, no ya porque fuese especialmente difícil y doloroso levantarse descalzo sobre esas rocas, sino porque si la siguiente ola me pillaba en pie y me tiraba, entonces si que podía darme un hostión verdaderamente considerable. Afortunadamente me salió bien la jugada, aguanté el siguiente envite medio en cuclillas, medio tirado por el agua y cuando la ola ya se retiraba salté de espaldas hacia el mar, cruzando los dedos para no partirme la crisma contra las rocas y buscando que la retirada de la ola me sacase de allí como así fue.

Afortunadamente, o no, esto ocurrió fuera propiamente de la ensenada de las Tijeretas y lejos de la vista de los otros tres compañeros de viaje que ya estaban fuera del agua hacía rato (persiguiendo pajaricos uno puede aguantar mucho) y estos ni se enterando de mi percance hasta que me vieron salir del agua chorreando sangre por todas partes.

     
  El dichoso pelícano y las rocas  
  El dichoso pelícano y las rocas  

Yo salí contento, pensando en como podía haber quedado ¿que son un puñado de cortes?. Lo peor es que no le pude hacer ni una foto decente al pelícano. Pero ya caerás! ya! Ustedes mientras tanto aprendan de los errores ajenos.